el piso nunca permitirá caerte de la vida,
aunque eso signifique todo un porvenir de realidades intangibles.
Sé lo que se siente fugarse sin haber sido recluso,
aunque después se sienta preso de las injustificadas huidas,
igual algún día tendrá que enfrentarse, pero sobre todo domarse.
Domar lo que no vendrá más al alma,
al pasillo que vio crecer,
pensar para no permitirse desmoronarse,
y tan solo por eso esperar lo que podría ser un nuevo comienzo con alguien más.
Pero no hay nuevos comienzos en un cuerpo de alquitrán
que esnifó hasta la última línea de su propia inocencia,
que lo entregó todo sin deudas ni tarifas,
entonces entiendo que cuesta aceptarlo,
cómo también cuesta aceptar que ya no hay más respuestas en los anaqueles,
en los calendarios y en los sorbos de café que sobraron a distancia.
A partir de aquí la sensación es más consciente y menos idealista,
no importa cuánto se haya demorado en entender la razón,
lo importante es aprender de lo que nunca se esperó del primer desamor,
en realidad de lo que nunca contaron los que también se estrellaron,
porque tampoco supieron explicar.
Porque en el desván del tiempo y del olvido
no se explica lo que de seguro se transformará,
no habrá más comienzos respaldados por la inocencia,
pero la razón jugará ser niño otra vez,
y dará las oportunidades
para amar y quererse más.